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Kapotasana

Kapotasana, qué pelotazo.
Cuando empecé a hacer esta postura, me ponía a llorar antes de siquiera levantar los brazos. Tan solo el nombre me daba terror, como el de Voldemort en Harry Potter. En los primeros meses, sentía que mi espalda se partía, que se me iban a salir los hombros y, aunque el instructor me lo pedía, no podía respirar. Lloraba después de subir y me escondía por debajo de la toalla. Cuando me iba de la sala, seguían las lágrimas y me quedaba en el auto o sentada en un café con el único objetivo de llorar. No tenía idea por qué lloraba, pero el sentimiento salía de un pozo profundo entre el esternón y las tripas. No hubo pensamiento alguno, solo emoción.
Hasta ese momento, la práctica había sido bastante fácil para mí, salvo el miedo de romperme los dientes en Bhujapidasana o la asfixia leve de Marichyasana d. Tengo una espalda y caderas que son flexibles, y aunque siempre me faltó fuerza, logré completar la primera serie sin grandes problemas. Pero, como dice Richard Freeman, si todavía no terminaste hecho un bollo en el piso, tenemos unas posturas especiales para vos.
Para muchos de nosotros, Kapotasana es esa postura. Pertenece a la familia de los backbends, pero toda familia tiene a un primo loco que no querés conocer. Kapotasana pide una combinación muy particular de fuerza y flexibilidad. Hay que mantener las caderas bien hacia adelante mientras que el torso va bien hacia atrás. Con el pecho abierto como nunca, los hombros rotan externamente y uno intenta agarrarse los talones con todo el lomo descubierto. Dentro de este calvario, dado vuelta y estirado al máximo, nos volvemos una expresión de extrema vulnerabilidad. Con la cabeza entre los pies, perdemos toda noción de nuestra ubicación en el espacio. Y si alguien te está asistiendo, hay que atravesar todo eso con otro ser a cuestas, a quien posiblemente conocés poco. Duele, asusta, aniquila la respiración.
Cuando yo me inicié en Kapotasana, pensaba durante las 24 horas en la postura. Sufría en cada asana que me acercaba a ese momento, y el alivio me derretía cuando se había terminado. Me iba a dormir sabiendo que al día siguiente me tocaba de nuevo y me despertaba con el pensamiento de que ya faltaba poco para hacerlo otra vez.
Después de un par de meses, reconocí la sensación que Kapotasana despertaba en mí. Había sido idéntico en mis dos partos. Ambas veces me agarró en el baño, preparándome para ir de la sala de pre-parto a la sala de parto. Ya con mucha dilatación, las contracciones venían en serio y solía vomitar. Entre los flujos (varios) y el dolor, me atravesaba un solo pensamiento: “No sé si puedo hacer esto.” Me temblaban las piernas y me daba cuenta de que un proceso fuertísimo se había adueñado de mi cuerpo, que yo no lo podía frenar.
Pero ahí, sola en el baño, no tardé en pensar: “Tengo que hacer esto. Otra opción no hay.” Como decía mi partera, “Ninguno se quedó adentro. De alguna forma tiene que salir.”
En el descenso de Kapotasana hay un momento en el que te tenés que jugar. O se terminó la postura. Sin entrega la postura es imposible, pero entregarse de esa forma también parece imposible. Surge la duda, igual que en el parto, ¿qué quedará de mí después de todo esto?
En dar a luz y en Kapotasana hay que abrirse a lo desconocido a pesar del miedo y del dolor. Durante ambas situaciones es muy tentador dejar de respirar o luchar cuando hay que ceder. Queremos estar en control, saber lo que está pasando, hasta digitarlo. Pero una vez adentro de la experiencia, (o pariendo o caminando hacia los talones) nos damos cuenta de que el control es la mayor ficción de nuestra vida.
El miedo rigidiza ciertas zonas en el cuerpo: la mandíbula, los trapecios y la frente. Casi siempre afecta los glúteos. Uno de los grandes secretos de Kapotasana es de entrar a la postura con mula bandha muy activo, pero con los glúteos relajados. Cuando los mantenemos duros y rígidos, se convierten en dos patovicas que custodian las puertas de la espalda lumbar. Con la cola apretada, pensamos que nos obviaremos el dolor, pero solo nos frenamos en el descenso hacia atrás. Luchando con nosotros mismos, no llegamos a ningún lado, sellando los dientes y quitándole libertad al psoas, quien nos puede liberar de la congestión lumbar. En ese momento, si nos relajamos, podemos entender la magia de la contracción excéntrica del psoas-ilíaco. Nos mantiene estables y nos da una gran flexibilidad. Sthira y sukha en el mismo músculo.
La partera maravillosa que me preparó para los nacimientos de mis hijos, decía que hay que mantener la garganta abierta y relajada para dilatar al cuello del útero. No creo que exista algo más difícil que sostener la apertura y la suavidad frente al miedo y el dolor intenso. No conozco a un estado más vulnerable que el de una mujer parturienta, sobre todo en una primeriza. Cuando Kapotasana me estaba costando mucho, empecé a leer sobre el parto natural, especialmente sobre una de las parteras norteamericanas más conocidas de los ‘70, Ina May Gaskin. Una pionera del parto en casa, Gaskin habla de la importancia de cambiar el ambiente y la actitud alrededor de una mujer en trabajo de parto. En lugar de vivirlo como una emergencia temible, Gaskin sugería sonreír un poco más; aconsejaba reemplazar el miedo por el amor.
Al poco tiempo de empezar a hacer Kapotasana, fui al Ashtanga Yoga Confluence en San Diego. Me encontré en una sala de hotel con practicantes muy avanzados y los grandes ídolos de nuestra tradición: Manju Jois, Tim Miller, Richard Freeman, David Swenson y Dena Kingsburg. En las prácticas Mysore, me latía al corazón tan fuerte que me costaba mantener el equilibrio y me temblaban las manos. Cuando llegué a Kapotasana, levanté la mirada y la vi a Mary Taylor, menuda y delicada pero con bíceps de acero. Ella me sonrió y dijo, “Ok, vamos.” Sus manos me indicaron como abrir la espalda lumbar y me dijo, con una voz tan segura y amorosa, “ahora solo tenés que empujar desde el piso hacia arriba y se te van a relajar los hombros.” Suavemente, seguí sus instrucciones y me agarré de los talones. Sin miedo, sentí el aire llenar mis pulmones. Ni dolió. Cuando volví a subir, dudé de que había hecho la misma postura que en los meses anteriores.
Kapotasana es un asana difícil y algunos cuerpos tardan mucho en abrirse físicamente, pero el obstáculo que representa es mental. La libertad que nos da es del espíritu y no de los dorsales. Lo que tanto cuesta es atravesar ese momento a mitad de camino cuando hay que ponerse fuerte (mente y bandha) para seguir abriendo. Para lograr eso, lo que necesitamos es confianza. Ese día en San Diego, Mary Taylor me asistió con amor y seguridad. No era tan dramático al final-- no había ninguna emergencia. A partir de ese día dejé de llorar en Kapotasana. Me sigue generando emociones fuertes, pero casi siempre cuando me encuentro luchando. Ha habido momentos en los que entro a la postura como quien se desliza al agua. Muy pocos, pero sé que es posible.
Últimamente, estoy atravesando una contractura fuerte dorsal, algo que nunca me pasó y como estoy nadando mucho, también se me endureció el sacro. Esto me complica la vida en Kapotasana y volví a sentir la rigidez de aquellos primeros tiempos. Sé que es resistencia muscular, pero enseguida se le suma resistencia mental. En Ustrasana ya estoy pensando que falta poco. En Laghuvajrasana, se me acelera el pulso.
Estos son los regalos de la práctica, cuando tenés que volver a empezar, abandonando ideas acerca de quien sos: “la que hace bien Kapotasana,” por ejemplo. Son como los libros que nos daban para navidad cuando éramos chicos. Ya veías que no era un juguete, que te habían cagado de nuevo, pero a lo largo del tiempo se convertía en un hito de tu infancia, una copia leída mil veces en lugar de un chiche que te aburrió al poco rato.
Este año volví al Ashtanga Yoga Confluence, un poco menos nerviosa, pero el primer día me la jugué en Karandavasana con David Swenson, y al día siguiente me dolía la rodilla. Estaba armando Supta Vajrasana y levanté la cabeza para ver quien me podía ayudar. Estaba Johnny Smith, un tipo que parece más un vendedor ambulante panzón que un ashtangui capo, lo cual demuestra que nunca sabemos nada sobre la gente. Hace mucho que estoy con la lesión de la rodilla y de repente me ganó la frustración. Se debe haber notado en mis ojos, porque me dijo: “It’s just another day.” Ni me acuerdo como me ajustó o si me dolió, pero esa frase se me gravó.
Ahora cuando estoy dura o dolorida, decepcionada o sobre-exigida, me acuerdo de la compasión y la paciencia en su cara, la sal y pimienta de su cara sin afeitar. “Es solo un día más”. Este es el secreto de Kapotasana, del parto, de las grandes crisis en nuestras vidas. It’s just another day para ver si podemos mantenernos firmes y flexibles, para descubrir quienes somos. Como dice Patanjali: Tadarthah eva drsyasya Atma. Todo el campo de nuestra experiencia es solo para reconocer a Atma. En el baño del sanatorio y en la sala. Es sólo un día más.
Es Kapotasana hoy.